URBANISMO Y MEDIO AMBIENTE
Fabio Márquez: “No se puede diseñar una ciudad sin considerar las subjetividades de su población”

En esta entrevista con +Comunidad, el especialista en Diseño del Paisaje sugiere que la participación ciudadana es una pieza fundamental para pensar en hábitats humanos más vivibles y amigables con el ambiente. También destaca la importancia de reintroducir la vegetación nativa, sanear los ríos y cuidar el patrimonio público.

ciudad

Para Fabio Márquez (Buenos Aires, 1960), las transformaciones urbanas del siglo XXI requieren amplios consensos sociales y siempre deben pensarse con criterios de sostenibilidad ambiental. Experto en espacios verdes y gestión pública local, conocido en Twitter como @Paisajeante, invita a pensar y repensar numerosos aspectos para mejorar las ciudades en las que vivimos. 

¿Se puede diseñar una ciudad de cero? ¿Qué consejos daría para alguien que tiene poder de decisión sobre las políticas locales? ¿Cómo resolver la tensión entre Estado y mercado en torno a las necesidades habitacionales? A lo largo de la nota, Márquez responde estas preguntas y muchas más, dando una clase exprés sobre los desafíos del paisaje urbano. 

– En líneas generales, ¿cuál es el estado de la sostenibilidad ambiental en las ciudades argentinas? ¿Varía el criterio de evaluación por región y entre ciudades de distintos tamaños?

– El estado es bastante anacrónico y bastante pobre. Es mucho lo que se invoca con el título de la sostenibilidad ambiental, pero es poco lo que se hace realmente. Especialmente en las grandes ciudades, donde son más necesarias estas políticas. Y hablamos de sostenibilidad ambiental entendida de todos los modos, ¿no? Tiene que ver con la economía circular, con los residuos y con la reducción en el consumo de energía, especialmente las de origen fósil. También con priorizar el transporte público y la bicicleta; reducir la cantidad de autos particulares; introducir flora nativa; disminuir el consumo de agua potable; tratar de mitigar el efecto isla de calor; planificar para que la gente se mueva poco. Además, los procesos participativos son una pata de la sostenibilidad ambiental. Hoy son muy limitados y pasivos. 

Hay mucho todavía por hacer en Argentina. A veces se hace más en las pequeñas ciudades que en los grandes conglomerados urbanos, que son más insostenibles. Hay todavía mucho por generar de normativas y de acciones concretas de gestión pública. No sólo en cuestiones de exclusiva responsabilidad gubernamental, sino también para que la sociedad asuma el compromiso. El combo es enorme y hay mucho por hacer, sabiendo que el 94% de la población argentina vive en ciudades. 

– ¿Qué pueden hacer las ciudades para conservar o restaurar la biodiversidad? ¿Cuál es la importancia de las especies nativas?

– En principio, interpretar la ecorregión original –que fue modificada al insertar la ciudad– para tener en claro cuál es la flora nativa, y que esa flora nativa tenga criterios paisajísticos de plantación. Por eso, más allá de la voluntad o la decisión política de hacerlo, hace falta el soporte técnico y profesional; sabiendo que la flora es el principal vehículo para convocar la fauna. Esto también requiere de procesos educativos y de sensibilización de la población. La idea es generar los cambios culturales que nos permitan valorizar la biodiversidad como una cuestión que enriquece el paisaje urbano y, al mismo tiempo, genera una mejora de la calidad del hábitat. 

Pero no hay que hacerlo de modo forzado ni autoritario, sino que hay que saber sensibilizar al respecto. Se trata de que la gente se apropie de estas cuestiones. E insisto: los procesos participativos allanan estas cuestiones, más allá de lo que se enseñe en la escuela. Los adultos también tienen que llegar con un discurso sobre la importancia de la biodiversidad. No sólo por el espacio público, sino para que se derrame el concepto hacia los jardines privados, hacia las plantas que podemos tener en los balcones… La biodiversidad, reinsertándola de modo naturalizador en las ciudades, debe ser un compromiso colectivo. 

La importancia de la biodiversidad en las ciudades [+Comunidad]. Foto de Fundación Aquae.
– ¿Qué tiene que tener un espacio verde urbano para ser catalogado como tal y ser un verdadero pulmón disfrutable para la población?

– Centralmente, el espacio verde urbano es un lugar de encuentro social, de recreación, de contemplación y de disfrute. Entonces tiene que ser lo más verde posible, pero teniendo en cuenta estos usos sociales como plaza o parque. Tiene que ser de un modo equilibrado para tratar de favorecer la mayor presencia de vegetación y que contenga los equipamientos que le permitan al habitante urbano utilizar con estas características que mencioné. Que haya bancos ergonométricos, juegos infantiles, que no haya barreras arquitectónicas…

Sin embargo, que sea lo más verde posible no quiere decir sin ningún criterio. No, tiene que tener plantas grandes como árboles; plantas medianas como arbustos; plantas menores como herbáceas y cubresuelos; planos de césped para que la gente se pueda sentar a hacer picnic. Y generar áreas de sol y de sombra. Por eso, es ideal que el espacio verde público se haga con diseño participativo para que cumpla con las demandas y necesidades de la población que va a usarlo. ¿Qué mejor que la gente te lo pueda decir y se pueda acordar en ese espacio urbano, que debiera ser el más democrático de todos?

Además, ese espacio verde debe derramar verde a través del arbolado de calles, armando corredores ecológicos. Porque si estamos pensando en que tiene que tener flora nativa y que eso aporta fauna silvestre, esta fauna debe poder moverse por el arbolado hacia otros espacios verdes y jardines privados. Es una cuestión de equilibrio, entendiendo que las plazas tienen que ser verdes, pero no una reserva natural. Pero sí tienen que ser esencialmente verdes para tener contacto con elementos naturales, que son muy importantes para la calidad de vida de las personas en términos psíquicos y físicos. 

Ciudades biofílicas: la naturaleza integrada en los espacios urbanos [+Comunidad]. Singapur. Foto de WOHA.
– Vemos que varias ciudades buscan desentubar sus ríos o arroyos urbanos… ¿Estamos frente a una práctica replicable en todos lados? ¿Siempre es beneficiosa? 

– Desde fines del siglo XX, esto ha sido una tendencia en ciudades especialmente del Primer Mundo. Se llama daylighting, que es liberar aquellos arroyos que fueron contaminados hace más de 100 años. En vez de sanearlos, la decisión de aquella época fue esconder la suciedad debajo de la alfombra y entubarlos. En la medida en que hoy somos sensibles a la necesidad de la mejora de la calidad ambiental urbana, necesitamos descontaminar nuestros arroyos y ríos. Ya que los descontaminamos –que hay que hacerlo aunque estén ahí abajo, porque a algún lado va toda esa mugre–, podemos pensar en qué tramos, según el nivel de consolidación urbana, podrían recuperarse espacios públicos perdidos. Es abrir a cielo abierto uno de estos arroyos y recrear sus márgenes para crear espacios verdes públicos de acceso gratuito. 

También tiene que ser gradual y por consenso: si a vos te van a levantar una avenida para poner un arroyo, por lo menos que te consulten. Son cambios muy radicales con respecto a la transformación urbana. Suma en términos de calidad del hábitat y mejora en la calidad ambiental. Desentubar ese arroyo es la consecuencia de haber limpiado ese arroyo; no puede ser un efecto meramente de marketing verde. No es que podamos desentubar todos los arroyos porque hay que ver cómo está consolidada la trama urbana; pero allí donde se pueda, y a través de consensos, se puede generar una política ambiental y paisajística. Como esto requiere de bastante tiempo, tienen que ser políticas de Estado y no de gobierno. Esto se está haciendo en todo el mundo, sobre todo en Europa, Estados Unidos. El caso más emblemático es el de Seúl.

– ¿Qué ciudades del mundo destacarías por su diseño del paisaje? ¿Por qué? ¿Hay alguna que puedas considerar “la mejor”?

– No creo que se pueda considerar alguna ciudad del mundo como la mejor. Cada una tiene una escala distinta, una geografía distinta, un clima distinto… Sí hay ejemplos que pueden ayudarnos a orientar un poco. El paisaje urbano no solo tiene que ver con lo natural, sino con la manera en que nos movemos en él. 

Berlín es una ciudad muy interesante por cómo gestiona el espacio público, sus espacios verdes y la movilidad. París está generando una revolución con respecto al concepto de ciudad de los 15 minutos, cambiando toda la manera en la que funciona como ciudad: sacando autos de las calles, verdificando, promoviendo la bicicleta…. Como en Países Bajos: Utrecht es una ciudad emblemática por cómo está verdificando calles, sacando radicalmente automotores privados y generando un cambio cultural impresionante, donde la mayor parte de la población se vuelca a la bicicleta sin importancia de la edad ni del clima. Hay situaciones particulares de renovación urbana, como Nueva York con el High Line Park: un proceso participativo preservó una infraestructura ferroviaria que se iba a demoler, la consideró patrimonio de la sociedad, se peleó con el municipio y promovió que hubiera un concurso público para que eso se transformara en un espacio verde público de altura. Fue una cuestión absolutamente creativa e innovadora, y hoy incluso tiene gestión participativa. Hay muchas ciudades que han generado gestos muy singulares. Las supermanzanas de Barcelona son otro ejemplo de cómo ganar espacios verdes sobre las calles, retirar los autos y apaciguar la ciudad.
Doy un paneo muy genérico, pero es para ver que muchas ciudades lo están intentando. No hay que tomarlas como modelos de replicación automática, sino para poder resolver creativamente las propias necesidades. Es ver que otras ciudades afrontaron desafíos, que siempre significa correr riesgos, pero con responsabilidad. Ir hacia ciudades que sean más caminables, recorribles en bicicleta, más verdes, más equitativas en términos económicos… Que haya programas para que sean lo más diversas posible en cuanto a sus composiciones culturales, étnicas, económicas y sociales. De las ciudades que nombré, todas tienen ciertos paradigmas en donde están afrontando la renovación de los paradigmas de lo que debe ser una ciudad en el siglo XXI. Tomar esas experiencias es para poder imaginar cómo pueden ser un disparador creativo para proponer las modificaciones y las reformas que debemos hacer en nuestras ciudades argentinas.

Supermanzanas en Barcelona, utilizando urbanismo táctico [+Comunidad].
– Si hoy tuvieras la posibilidad de diseñar una ciudad de cero… ¿Qué tendría que tener sí o sí? ¿Qué cosas que hoy tienen las ciudades jamás tendría esta urbe imaginaria?

– La verdad que es difícil. Cuando ha habido experiencias de diseñar ciudades de cero, se han generado hipótesis difíciles de verificar y que después medio que fallan.

Brasilia es el gran caso donde se decidió hacer una ciudad desde cero, con lo que en ese momento se consideraba los conceptos de mayor avanzada. Y hoy es una ciudad que culturalmente es muy fotogénica, pero que la gente la pasa mal viviendo en ella y la mayor parte de la vida en la ciudad está en la “ciudad nueva” que informalmente creció alrededor. Porque no podemos diseñar una ciudad sin considerar la población que va a vivir en ella con sus subjetividades y con sus improntas culturales. Nadie está en condiciones de construir una ciudad ideal desde su propia formación profesional porque no está pudiendo incluir a quienes la van a habitar. Y quienes la van a habitar son lo que le van a poner el corazón, la emoción, ¡el sentido!

Pero sí podemos sentar algunas premisas: esa ciudad desde cero tiene que ser una ciudad donde la gente pueda vivir en cercanía, a 15 minutos de donde desarrollo mis actividades. La proximidad hace que una ciudad sea mucho más sostenible y amigable porque favorece la construcción de comunidad. Al estar en un espacio donde tengo más vínculos con las personas con las cuales habito ese espacio territorial de los 15 minutos, dejo de ser tan anónimo, me puedo vincular y tener una apropiación colectiva de ese modelo de ciudad.

Una ciudad donde se desaliente el vehículo privado, que ni siquiera importa que funcione a combustible fósil o eléctrico. En las ciudades no caben más autos particulares, lo único que lo regula es el poder adquisitivo. Entonces hay que favorecer el transporte público bien diseñado y planificado; que sea lo más sostenible posible. Subte, tranvías ligeros, y mucha bicicleta. Pero infraestructura de bicicleta que haga que seduzca y dé ganas de subirse a una bici porque es segura, porque es cómoda, porque es la manera más relajada y amigable para desplazarse por la ciudad.

Una ciudad que tiene que tener mucho verde, no solo plazas y parques de cercanía, también construcciones con techos verdes, mucho arbolado en la veredas, jardines de lluvias, veredas anchas que estimulen caminar y que la gente pueda recuperar el encontrarse en la vía pública. La calle del barrio, ¿no? Con pocos autos, mucha peatonalidad, con niños jugando en las calles, con adultos mayores tomando mate en esa vereda, y también con economía de cercanía, la cual promueva el consumo responsable.

Tratar de combatir el consumismo, la sobreproducción de residuos, fomentando la economía circular, y una ciudad que tiene que ser equitativa en lo económico para que los sectores más vulnerables puedan tener una vida digna en consonancia con sectores medios, y que los sectores más altos puedan pagar los tributos que sean necesarios para que la ciudad sea igual para todos. Con educación pública, con acceso a la cultura pública y con servicios de salud y sociales que sean accesibles también. 

La calidad ambiental de una ciudad no se mide solamente por cuán verde es o por cómo maneja los residuos, sino también por cómo se compensan las inequidades sociales. En esta “ciudad desde cero” es necesario fomentar el concepto de comunidad, donde personas de distinto origen, cultura, capacidad económica y formación puedan compartir los mismos lugares. La ciudad que se puede proponer como ideal debe ser equitativa, ambientalmente justa y sostenible. Y es por lo menos un ideal para las ciudades que ya tenemos como consolidadas puedan ir proponiendo acciones que a veces no requieran de tantos presupuestos, sino de gestiones políticas con convicción, para ir promoviendo esos cambios que hagan las ciudades más seguras, más vivibles, más confortables y que las disfrutemos y no las padezcamos. 

Planificación original de Brasilia vs. su expansión urbana. Fuente: BBC Mundo. 
– Hablando de rediseño… ¿Qué sucede cuando entran en tensión la necesidad de generar nuevos espacios habitacionales y el cuidado tanto del patrimonio histórico como de los espacios naturales? 

En principio se trata de entender que el Estado, como política estatal, debe tener gobiernos que entiendan que trascienden su gestión. Y que hay que generar planes que puedan ser equilibrados para preservar todos esos bienes patrimoniales escasos –arquitectónicos, culturales y de bienes naturales–. El Estado debe ser el regulador del mercado, creando códigos y planes que puedan contener las necesidades de la sociedad. Que puedan redireccionar el mercado de una manera en la cual pueda focalizarse sin generar una depredación de la ciudad.

Si el Estado no juega a través de sus gobiernos en el ordenamiento urbano y, como siempre digo, que sea de modo participativo, el mercado es muy voraz. Y puede destruir la ciudad por el mero interés de tener márgenes de ganancia en el corto plazo. Por eso los códigos de edificación, los códigos ambientales, los códigos de espacio público, además de tener grandes consensos por detrás. Deben tener claramente enfocado el rol del Estado para que los gobiernos puedan ordenar ese equilibrio.

Generar una ciudad más sostenible incluye el patrimonio arquitectónico, el patrimonio cultural, que es un bien preciado porque es singular, algo escaso. Es algo que si lo perdemos no hay modo de recuperarlo. Y la ciudad tiene otras opciones que tienen que ver con revalorizar otros espacios y no destruir lo que puede darle identidad, historia, y además atractivo turístico. 

Demoliciones de edificios históricos. Fuente de imagen: Madrid Ciudadanía y Patrimonio.
– Para cerrar, ¿qué consejo le darías a alguien que ocupa un puesto público con poder de decisión sobre el diseño de una ciudad? 

– Centralmente que pueda instrumentar mecanismos de participación social, tanto entre la población general como en los espacios organizados –profesionales, económicos, sociales, académicos– para tratar de construir consensos. También para generar propuestas que sean inclusivas con la posibilidad de mejorar la ciudad, transformándola de modo que sea bien recibida por todo el mundo. A esta altura del siglo XXI, no se pueden hacer las  transformaciones urbanas sostenibles que necesitamos, que deben ser bastante radicales en términos de sostenibilidad, sin construir consensos que permitan pedagogía, intercambio y sensibilización. 

Mi consejo principal es que no se puede ser funcionario de la gestión pública sin compromiso con la sociedad con la que te involucrás. No sólo para tomar decisiones, asumiendo la responsabilidad, sino que tengan el mayor respaldo social posible. Y para esto hace falta un compromiso ético y afectivo muy fuerte, y un gran nivel de convicción y sensibilidad para entender la transformación que vas a llevar adelante.  

Foto principal: Rodrigo Néspolo – La Nación. 
Entrevista y redacción +Comunidad.